POLITICA
14 de agosto de 2022
Massa actúa como interlocutor entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner mientras enfrenta la inflación y la caída de las reservas
El ministro de Economía está rodeado de un clima de desconfianza que se respira en la Casa Rosada y en el Senado, pero el delicado contexto de las cuentas públicas y la falta de inversiones obligan al Presidente y la vicepresidenta a aceptar su rol de mediador
“Alberto está chocho con la llegada de Massa”, dijo esta semana, sentado en un sillón de su luminoso despacho de la Casa Rosada, un importante funcionario de diálogo fluido con el Presidente. No se refería a las dotes como gestor del nuevo ministro, sino a su rol político dentro del Frente de Todos. Desde que arribó al Gabinete, además de lidiar con la crisis económica para posicionarse de cara a 2023, Sergio Massa afianza el papel de “pivot” entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, quienes se mantienen a una prudente distancia después de la famosa tregua que se vieron forzados a construir en plena tensión cambiaria.
Massa cultiva el rol de equilibrista prácticamente desde que se hizo cargo de la Cámara de Diputados, donde se jactaba de mantener una buena relación con Máximo Kirchner a pesar del vínculo cercano con Alberto Fernández. Pero desde hace dos semanas sumó a su cartera política una serie de diálogos más aceitados con Cristina Kirchner, que lo escucha y lo recibe, atenta a sus pasos en el área que más la preocupa además de la agenda judicial. Ya dentro del Gabinete, con varias áreas de peso bajo su ala, el tigrense se posiciona prácticamente a diario como interlocutor entre las principales terminales de la coalición, en paralelo a la administración.
El esquema no satisface a las tribus por fuera del mundo massista y se impuso por descarte en un escenario político oficialista que, a pesar de los gestos de unidad, sigue complicado. Alberto Fernández y Cristina Kirchner arrastran un encono mutuo más allá del cese del fuego cruzado, y tras los primeros diálogos a raíz de la crisis política y económica que desató la salida de Martín Guzmán, apenas se hablan. Si se comunican, es con la condición —impuesta desde el kirchnerismo y no siempre cumplida por el Presidente— de que el contenido se mantenga en estricta reserva.
Según pudo reconstruir Infobae, el nuevo ministro conversa seguido con el Presidente y la vice para mantenerlos al tanto e incluso consultar sus movimientos. En un clima enrarecido, con miradas distintas sobre cómo enfrentar la crisis, en especial en torno al equilibrio fiscal, está muy atento a evitar cualquier suspicacia. En esta etapa quiere evitar, a toda costa, que se generen más ruidos, consciente de la desconfianza que rodeó su largo y turbulento aterrizaje en el quinto piso de la sede de Economía. Al Presidente, la dinámica le cierra. “Ahora se ahorra las idas y venidas que tenía que soportar entre Cristina y Guzmán. Ella habla directamente con Sergio y Alberto puede dedicarse a gobernar”, sostuvo un soldado presidencial.
Sin embargo, se mantiene el escepticismo de parte de CFK. Hasta ahora no emitió una sola palabra de respaldo en público. Y cuando se contacta con Massa le pide el mismo nivel de privacidad que a Alberto Fernández. Por caso, hablaron el fin de semana pasado, cuando se pusieron de acuerdo sobre los cambios en Energía y el desplazamiento de Darío Martínez a YPF, pero no llegaron a definir el viceministro, luego de que la jefa del Instituto Patria vetara a Gabriel Rubinstein. La figura que ocupará ese rol aún no se conoce, y, si siguen el mismo camino de misteriosos diálogos de sábados y domingos, el nombre podría estar definiéndose en estas horas.
El oficialismo atraviesa una etapa de reflexión intra muros. Aunque se sienten acorralados por la crisis, hay cierto alivio por la relativa calma que parece imponerse, en paralelo a estallido de la interna de Juntos por el Cambio (el grueso de los dirigentes recibió gratamente las reacciones a las declaraciones de Elisa Carrió). Al reflexionar sobre los eventos políticos más recientes, en el kirchnerismo siguen sosteniendo que el causante de los conflictos internos fueron las fallas de la gestión de Alberto Fernández y sus ministros, pero destacan como principal error del Presidente la decisión de mantener al ex ministro de Hacienda. “Guzmán fue un ancla para Alberto. Lo fue hundiendo hasta que llegó al fondo, y ahora es tarde. El único que sacó la cabeza es Massa, y ahora hay que dejarlo rescatarnos a todos”, dijo un importante funcionario de La Cámpora.
Si bien en retrospectiva equilibran las culpas dentro del albertismo, en las filas del Instituto Patria también creen que hoy “prácticamente nadie” confía en el Presidente. En cambio, ven expectativa en torno a Massa, a quien consideran como la “zanahoria del burro” en un terreno electoral árido. Soportan los aires presidenciales del tigrense a cambio de que se haga cargo de la bomba de tiempo de la economía, aunque señalan que no está “ni medianamente” cerrado un eventual aval de la vicepresidenta a su deseada candidatura. En resumen, ven al nuevo ministro como un respirador artificial. “Massa puede mostrar que hay Frente de Todos más allá de Alberto. Hoy (Alberto) se tiene que correr y dejarlo (a Massa) acomodar la fuerza ante los decepcionados y los votantes independientes, que son nuestro último flotador”, dijo un importante dirigente kirchnerista.
En la Casa Rosada la perspectiva es diametralmente opuesta. Registan de forma cabal los intentos para desplazar políticamente al Presidente, pero se resisten a verlo fuera de la gestión diaria. Cuentan que Alberto Fernández, en los últimos días, cuando protagonizó sendos actos con el ministro, con su secretario de Comercio, Matías Tombolini, y con el gobernador kirchnerista Jorge Capitanich, se mostró de muy buen humor y confiado en que tiene el poder último de decisión sobre las medidas económicas. Después de todo, les dice a los íntimos, sigue teniendo, en los papeles, el poder de la lapicera. “Lo que no le gusta, lo veta”, dijo, tajante, uno de sus alfiles, que se jactó de que el primer mandatario está al corriente de cada paso.
A pesar de que todos los ministros y secretarios que debió dejar ir pertenecían a órbita mientras la mayoría de los funcionarios del kirchnerismo permanecieron en sus lugares o fueron reacomodados, Alberto Fernández sigue trabajando en su estrategia para 2023. Aunque evita, en la crisis, cualquier alusión electoral, contabilizó como un triunfo en ese sentido la permanencia de Miguel Pesce, a quien sostendrá a capa y espada en el Banco Central a pesar de las arremetidas de Massa y CFK. Y computa a favor el avance sostenido de Juan Manuel Olmos en la Jefatura de Gabinete durante el último reacomodamiento político-administrativo.
Además, confía en capitalizar la gestión de Massa, si tiene éxito. “Alberto no busca ponerse por delante, sino por encima. Sigue haciendo lo de siempre, trabaja por la unidad”, dijo un funcionario del entorno de Olivos ante las versiones de otros ministros que dicen que el primer mandatario se siente amenazado por el tigrense, y que leyeron en esa clave el anuncio vacío de contenido sobre una convocatoria a empresarios y sindicalistas. Pero ratificó que nunca habrá “albertismo”. “Su plataforma es la gestión. No necesita de armado político por fuera del frente”, justificó.
Otro de sus colaboradores recordó, en un ejercicio de paralelismo histórico, que si bien fue Roberto Lavagna quien capitaneó la crisis en 2003, a la postre los laureles se posaron sobre la cabeza de Néstor Kirchner. Hoy creen que la historia podría repetirse, aunque en los ministerios poco afines al Presidente la comparación resulta forzada. “Es ridículo. Lavagna era un técnico, Massa es un animal político, con habilidad para operar y comunicar, y ganas de quedarse con todo”, enfatizó un funcionario del ala K.
Más allá de los diálogos y las disputas políticas, hoy la coalición en su conjunto se mantiene en vilo en torno a las medidas económicas de Massa. Mientras el Presidente acompaña sus decisiones, el kirchnerismo por ahora se muestra dispuesto a resignar los recelos sobre el equilibrio fiscal y el cumplimiento del otrora denostado acuerdo con el FMI, así como a aceptar el “ajuste ordenado” que se propone ejecutar el tigrense.
El pragmatismo atravesará una prueba de fuego la próxima semana, cuando se detallen medidas antipáticas, como la suba de luz y gas, cuyo anuncio el ministro postergó el jueves, sin previo aviso, para el martes siguiente. El tarifazo se conocerá en un momento complicado, poco después del nuevo récord de inflación, que en julio alcanzó el 7,4 por ciento; y el día previo de la marcha que tiene prevista para el miércoles 17 la CGT a pesar de los intentos del Gobierno para desactivarla, en parte, a través de gestiones con la terminal del triúnviro Carlos Acuña, cercano a Massa.
Luego de que la central sindical ratificara la marcha, que se celebrará bajo la consigna “Primero la patria”, ahora en la Casa Rosada y en Hacienda están a la espera del comunicado que resuma su espíritu. Quieren que se imponga el ala de Acuña y de Héctor Daer, cercano al Presidente, pero no descartan la influencia de Pablo Moyano, más reticente a conciliar a pesar de la cordial bienvenida que le ofreció al nuevo ministro. Recién a partir de entonces, con más información disponible sobre el ánimo de los gremios sobre la mesa, convocarán formalmente a la cúpula sindical, en paralelo a los diálogos que ya iniciaron con empresarios —hubo un acercamiento con Daniel Funes de Rioja, de la UIA—, sobre una nueva reedición del anunciado y postergado acuerdo de precios y salarios.
También vislumbran más protestas de la izquierda y de los sectores filo K, como el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) que encabeza Juan Grabois. Pero esas manifestaciones no preocupan como hace dos semanas en las oficinas de Balcarce 50 y sedes afines. Un vocero del espacio albertista ilustró la incipiente sensación de fortaleza con su mano derecha, para emular un escudo. Primero la mostró con los dedos separados. “Si estamos diseminados, las balas se cuelan”, dijo. Luego los cerró. “Si nos unimos, por más que haya rezagados, frenamos todo lo que venga”, se esperanzó.
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